Los Tránsitos de Plutón ******
La
gente tiende a sentir miedo de los Tránsitos de Plutón, y su razón
tienen, porque nos las vemos aquí con el dios de la muerte, cuyo dominio
es el submundo tenebroso y sombrío. Con frecuencia, los Tránsitos de
Plutón nos pone dolorosamente en contacto con la muerte. En algunos
casos esto hay que entenderlo literalmente -nuestra muerte o la de
alguien próximo a nosotros-, pero lo más común es que correspondan con
muertes psicológicas o "muertes del yo": la muerte de una parte de
nosotros mismos tal como nos conocemos. Casi todos establecemos y
reforzamos nuestra identidad aferrándonos a cosas que nos proporcionan
una cierta sensación de quiénes somos. La gente con quien nos asociamos,
la persona con quien nos casamos, el trabajo que hacemos, el dinero que
tenemos en el banco, los hijos que traemos al mundo, la religión o
filosofía que abrazamos... todo esto nos ayuda a configurar y sostener
nuestra identidad. En el curso de nuestro desarrollo, además, vamos
formándonos opiniones o creencias sobre nosotros mismos y sobre la vida
"de afuera, y esos "guiones" o "anunciados vitales", como se les suele
llamar, también contribuyen a nuestro sentimiento de identidad. El guión
de una persona puede ser: "Soy capaz de alcanzar lo que quiero"; el de
otra quizá sea: "Yo siempre pierdo". Un anunciado vital podría ser: "El
mundo es un lugar seguro en el que puedo confiar", en tanto que otro
quizá seria: "El mundo es peligroso y está empeñado en destruirme".
Configuramos nuestra identidad psicológica no sólo por mediación de
nuestras relaciones o de un trabajo, una vocación o un talento, sino
también mediante este tipo de anunciados y de creencias sobre la vida y
sobre nosotros mismos: forman parte de nuestra mitología personal y
pueden ser inconscientes, en cuyo caso no los cuestionamos. Bajo la
influencia de un Tránsito de Plutón cualquiera de los "soportes" de los
que derivamos nuestra identidad puede desplomarse o estropearse
irremediablemente, porque con Plutón no hay marcha atrás ni retorno a la
inocencia. Este tipo de muertes psicológicas es bastante frecuente:
todos hemos experimentado el final de un "capitulo" de nuestra vida, el
término de una carrera o de una amistad importante: la muerte de
nosotros mismos tal como nos hemos conocido. Cuando está en juego
Plutón, sin embargo, ese dolor puede, además, hacer aflorar a la
superficie emociones mucho más oscuras -rabia, o un tremendo sentimiento
de humillación- que nos obligan a reconocer la ferocidad con que nos
aferramos a las cosas. Incluso renunciar a vínculos negativos -a una
mala relación, a un trabajo insatisfactorio o a un "guión de perdedor"-
nos exige reconocer la magnitud de nuestro sentimiento de pérdida e
impone a nuestra vida reajustes muy importantes. Ya podemos tener
perfecta consciencia de que lo mejor que podemos hacer es desprendernos
de una relación insatisfactoria o destructiva -podemos pasar años en
psicoterapia intentando transformar los modelos negativos que
arrastramos desde de la niñez-, y sin embargo seguimos teniendo una
sensación de pérdida y estando mal dispuesto a liberarnos de estos
lazos. En un nivel intelectual podemos saber que hacerlo significará un
renacimiento y que los cambios serán positivos, pero aun así la muerte
de nuestro apego nos da miedo y nos duele.
Bienaventurados
los que lloran, y especialmente los que aprenden que el llanto y el
duelo no sólo están hechos de dolor y tristeza, sino también del enojo o
de la culpa que sentimos por nuestra pérdida. Podemos estar enojados
porque algo en lo que confiábamos nos abandona, o irritarnos con
nosotros mismos por no haber renunciado antes a una parte gastada de
nuestra vida. Podemos sentirnos responsables de haber causado la muerte
de alguien o de algo que se ha ido para no volver, o culpables porque
los cambios que estamos experimentando dañan o perturban a los seres que
nos rodean. Para facilitar nuestro proceso de muerte y renacimiento,
necesitamos tener humildad y paciencia, e ir dando tiempo a todos los
sentimientos movilizados por la pérdida, porque sólo entonces podremos
abrirnos plenamente a ese "yo" nuevo y desconocido que pugna por nacer. No
hay manera de evitar el dolor, ni es fácil hacer el duelo:
especialmente bajo la influencia de un Tránsito de Plutón, aprendemos
que cualquier intento de luchar "heroicamente", cualquier obstinación en
hacernos valer contra él, no consiguen más que hacer más profunda
nuestra angustia. El ego -nuestro sentimiento de ser un
"yo-aquí-dentro"- intenta salvaguardar estos apegos internos o externos
que le dan un sentimiento de estabilidad y de solidez. Al ego no le
interesa autodestuirse. Sin embargo, Plutón, el dios del mundo
subterráneo, representa una fuerza que opera desde más abajo del nivel
superficial de la consciencia, y que se opone a los esfuerzos de
autopreservación del ego. Plutón simboliza aquella parte se nuestro
psiquismo que inconscientemente "organiza" o atrae situaciones mediante
las cuales nos desmorona, y no simplemente porque intervenga un factor
"maléfico". Es verdad que Plutón nos desgarra, pero lo hace con un
objetivo en vista: para que podamos reconstruirnos de otra manera. El
Tránsito de Plutón puede crear dolor, crisis o dificultades, pero lo
hace en nombre del crecimiento y del cambio necesario. Nuestra
naturaleza auténtica y más profunda, aunque irreconocida para la mayoría
de nosotros, es ilimitada e infinita. Si derivamos nuestra identidad
principalmente de "soportes" -ya sean éstos cosas o creencias
determinados o con una única imagen de nosotros mismos, el Tránsito de
Plutón puede desbaratar estos apegos e identificaciones. Y lo hace para
ayudarnos a que nos identifiquemos nuevamente de una manera más amplia.
La Casa o el planeta que Plutón afecta en su Tránsito nos muestra los
ámbitos de la vida en donde se están demoliendo y reestructurando los
cimientos.
Las imágenes de Escorpio
Escorpio,
uno de cuyos regentes es Plutón, es un Signo complejo, porque a
diferencia de los demás, que generalmente tienen un único símbolo -Aries
el carnero, Tauro el toro, Géminis los gemelos, etcétera-, Escorpio
tiene varias representaciones distintas: el escorpio, la serpiente, el
águila y el fénix. Además, Escorpio es mucho más que un mero Signo del
Zodiaco donde uno puede tener el Sol, Venus, Marte o el Ascendente;
representa también una faceta de la vida a lo cual todos estamos
sometidos: el proceso cíclico de cambio, decadencia, muerte y
renovación.
٠Las imágenes del descenso
El
dominio de Plutón era el submundo, y en términos psicológicos el
submundo es sinónimo del inconsciente. El yo es el centro de la
consciencia, el centro de aquello de lo que tenemos consciencia en
nosotros mismos, o con lo que nos identificamos. Sin embargo, más allá
del nivel de percepción consciente del yo está el inconsciente, el
conjunto de todos los atributos y elementos de nuestro ser con los
cuales aún no hemos establecido contacto o que no hemos integrado. Por
naturaleza, la vida avanza hacia la integración y la totalidad, y Plutón
sirve a este impulso haciendo estallar las fronteras y los puntos de
referencia del yo y obligándonos a reconocer aquellas partes de nosotros
que el yo a excluido de la consciencia. En nombre de la totalidad, este
planeta nos obligará a enfrentarnos con cualquier cosa que esté
sepultada en nosotros, trátese de potencialidades intocadas o de
nuestros propios demonios y complejos reprimidos. Los Tránsitos de
Plutón evocan imágenes de descenso: un viaje al submundo del
inconsciente, una incursión para descubrir lo que está oculto en nuestro
interior. Es preciso insistir una vez más en el inconsciente no es sólo
un almacén de emociones, sentimientos y complejos negativos o
destructivos que nos negamos a reconocer, por más que no serán escasos
los "demonios" de esta clase que encontramos al acecho en las
profundidades de nuestro psiquismo. En el inconsciente hay también
rasgos positivos potenciales que esperan ser reconocidos e integrados.
Más adelante estudiaremos el tesoro que se oculta en nuestro
inconsciente, pero primero debemos hacer frente a la bestia..
En
su viaje de individuación, Hércules tuvo que cumplir doce tareas o
trabajos. La octava tarea, la de matar a la hidra, ejemplifica el tipo
de lecciones y de problemas con que tropezamos por obra de Escorpio y de
Plutón. Los Tránsitos de este planeta, en particular, suelen designar
una fase de la vida en que tenemos que combatir con la hidra, la bestia
que hay en nosotros. El octavo trabajo de Hércules comienza cuando su
maestro le asigna la tarea de matar a la Hidra, un monstruo de nueve
cabezas que ha estado devastando las tierras de Lerna. Pero antes de
salir en busca de la hidra, su mentor ofrece a Hércules un consejo bien
preciso: Nos elevamos arrodillándonos; conquistamos entregándonos;
ganamos renunciando. Equipado con su garrote y con este aforismo,
Hércules inicia su búsqueda de la bestia. La Hidra es difícil de
encontrar... Como las emociones soterradas que se ocultan en el fango
del inconsciente, la hidra se oculta en una "caverna de perpetua noche"
situada junto a un fétido pantano; es decir, en una parte de nosotros
que se resiste muchísimo a la "iluminación" o explicación racional.
Cuando
localiza la caverna, Hércules dispara sus flechas hacia el interior con
la esperanza de hacer salir a la Hidra, pero ésta no se mueve.
Finalmente, el héroe sumerge sus flechas en brea, las enciende y,
llameando, las envía hacia el interior de la guarida del monstruo.
Furiosa, la Hidra emerge de su morada, con ánimo asesino y vengativo. Al
disparar sus flechas llameantes al interior de la cueva, Hércules ha
conseguido que la Hidra salga de su escondite. De la misma manera, bajo
los Tránsitos de Plutón, provocamos - ya sea consciente o
inconscientemente- situaciones que nos obligan a enfrentarnos con la
bestia que llevamos dentro, o que se oculta en las personas que nos
rodean. Ahora la Hidra está en la marisma, y Hércules de pie frente a
ella. Armado con su querido garrote, se levanta para enfrentarse con la
Hidra e intenta cortarle las cabezas, pero cada vez que una de ellas
cae, aparecen tres más en su lugar. El intento de matar de esta manera a
la hidra es un reflejo de la forma en que procuramos destruir nuestras
emociones bestiales apartándolas de la consciencia; y sin embargo,
siguen reapareciendo, cada vez más furiosas y encolerizadas. Finalmente,
Hércules recuerda el consejo de su maestro: Nos elevamos
arrodillándonos; conquistamos entregándonos; ganamos renunciando. En vez
de seguir atacándola de pie, se arrodilla en la ciénaga, sumergiéndose
en el fétido lodo, y sujetándola por una de las cabezas, levanta a la
Hidra a la luz del día, donde comienza a marchitarse. Sólo tiene fuerza
cuando está en el pantano; cuando se la lleva a la luz, pierde su poder
destructivo. Hércules puede entonces cortarle todas las cabezas sin que
ninguna renazca; sin embargo, después de haberle cortado las nueve,
aparece una décima: el héroe se da cuenta de que ésta es una joya y la
entierra debajo de una roca. ¿Qué significa todo esto? Si se las deja
corromperse en las aguas estancadas del inconsciente, nuestros ciegos
impulsos instintivos y nuestros complejos infantiles (nuestra temprana
rabia destructiva, el odio hacia nosotros mismos, la envidia, los celos,
la codicia, la lujuria) tienen un enorme poder sobre nosotros. Pero si
los traemos a la luz del día, a la luz de la consciencia, y los
mantenemos ahí, empiezan a perder fuerza. Aquello de lo que somos
inconscientes tiene una especial manera de acercarse a nosotros por la
espalda para atacarnos inesperadamente. Sin embargo, si somos
conscientes de ello, tenemos más probabilidades de dominarlo. Por
ejemplo, si no admitimos nuestros celos ocultos, encontrarán maneras
disimuladas de expresarse. Nuestra pareja se comporta de tal manera que
nos sentimos celosos, pero insistimos en que no es así... por más que
después nos pasamos varios días actuando con frialdad, con aire
distante, o echándole en cara la superficialidad con que se conduce en
las fiestas. Pero sacamos los celos del pantano para llevarlos a la luz
del día, creamos la posibilidad de analizar esta parte nuestra y de
aprender muchas cosas sobre nosotros mismos. Esta clase de examen puede
llevarnos a descubrir una rivalidad edípica que no sospechábamos, o un
resentimiento hasta ahora no reconocido con nuestros padres porque
prestaban más atención a uno de nuestros hermanos que a nosotros. En
otras palabras, podemos descubrir los orígenes de los sentimientos que
dirigimos a nuestra pareja. Al hacerlo, somos más capaces de distinguir
en qué medida lo que sentimos es adecuado para la situación actual y en
qué medida pertenece a emociones no resueltas del pasado. Si insistimos
en negar nuestros celos, o en que no tenemos nada que ver con ellos, una
exploración como ésta no es posible. La Hidra sigue estando en el
pantano y manteniendo sobre nosotros su poder destructivo. La clave de
la conquista de la Hidra no reside sólo en sacarla de la ciénaga. Hay
mucha gente que libera a la Hidra de su represión inconsciente y termina
en la cárcel o en el manicomio. La clave está en sacarla de la ciénaga y
sostenerla allí, a la luz de la consciencia. Sostener es un término
psicológico íntimamente relacionado con la idea de contención. Sostener
significa reconocer y aceptar toda la gama de los sentimientos,
permitiéndoles espacio, pero sin manifestarlos indiscriminadamente.
Podemos escribir, pintar o dibujar para expresar nuestras emociones, o
sacarlas a la luz durante una psicoterapia, en el curso de la cual puede
suceder que un cliente desentierra un profundo enojo dirigido contra su
madre o su padre, y entonces lo transfiera al terapeuta. De esta
manera, las sesiones de terapia se convierten en el receptáculo de estos
sentimientos de cólera hasta que el cliente los tenga resueltos y pueda
pasar a otros problemas. En vez de negarlos, juzgarlos o condenarlos,
se examinan y se les concede espacio. (Incluso fuera del contexto
terapéutico, las mejores relaciones son las que tienen la capacidad de
contener tanto el amor como el odio que inevitablemente sentimos hacia
la otra persona. Es imposible tener intimidad con alguien sin que se
movilicen nuestras primeras emociones infantiles. Una relación sana es
capaz de aguantar y contener tanto los buenos como los malos
sentimientos.)
Cuando
Hércules saca la Hidra de la ciénaga y la sostiene en el aire por uno
de sus cuellos, el monstruo pierde su poder. No es fácil, y es posible
que lleve cierto tiempo, pero lo mismo se puede hacer con nuestros
celos, con la rabia, la envidia, la lujuria y cualquier otro impulso
instintivo básico que tengamos encerrado dentro. Podemos sacarlos del
inconsciente, aceptarlos como partes de nosotros (por más que la
sociedad nos haya dicho que no debemos tener esos sentimientos) y
examinarlos a la luz del día. Al establecer una relación con los
sentimientos que hemos estado negando, creamos la posibilidad de
transmutar estos aspectos de nuestra naturaleza. Después de que Hércules
ha levantado a la Hidra y le ha ido cortando las nueve cabezas, aparece
una décima que es una joya. Al final, el monstruo le brinda algo
precioso. El poeta Rilke dice sobre un tema similar:
Quizá todos los dragones de nuestra vida
sean princesas que sólo esperan vernos
una vez hermosos y valientes.
Quizá todo lo terrible sea,
en su ser más profundo,
algo desvalido que quiere que lo ayudemos.
Al
aceptar, contener y elaborar nuestros complejos infantiles, nos
volvemos a conectar con partes de nosotros que hemos desterrado y
reprimido. Aunque estos complejos reaparezcan al principio en forma
negativa, la energía en ellos contenida, que antes negábamos pero ahora
reclamamos, volverá finalmente a estar disponible para reintegrarse en
nuestro psiquismo de maneras más constructivas. No sólo liberaremos la
energía aprisionada en los complejos, sino que recuperaremos también,
para darle usos nuevos, toda la energía que hemos estado empleando para
reprimirlos. Nada de esto es posible mientras no nos hayamos enfrentado a
la bestia y la hayamos admitido nuevamente en la consciencia.
Finalmente, la batalla con nuestra Hidra nos dejará mucho más vivos y
más presentes, ya no fuera de contacto con el rico lado instintivo de
nuestra naturaleza... ya no viviendo la vida solamente del cuello para
arriba. Rilke escribió también: <>. Solamente si
aceptamos nuestro odio podremos optar por el amor. Sólo después de haber
aceptado nuestra cólera podemos decidir que seremos comprensivos. De
otra manera, no estaremos haciendo otra cosa que fingir que somos
amables.
El rapto de Perséfone: Plutón enamorado
Según
la mitología, Plutón usaba un casco que lo volvía invisible cuando
abandonaba el averno. Representa, pues, una fuerza que opera por debajo
del nivel superficial de la consciencia, una faceta de nuestra psique
que atrae inconscientemente situaciones que hacen que nos desmoronemos
para volver a reconstruirnos de otra manera. Plutón sólo subió a nuestro
mundo en dos ocasiones, una vez en el intento de sanar una herida, y la
segunda para raptar a Perséfone. Los Tránsitos de Plutón se suelen
experimentar con la máxima claridad en problemas que tienen que ver con
la salud y con las relaciones. Encontramos a Plutón en la enfermedad,
cuando las toxinas y los venenos son atraídos a la superficie y
eliminados del cuerpo para que el organismo vuelva a funcionar bien.
También tropezamos con el dios del mundo subterráneo en las relaciones,
cuando afloran a la superficie y quedan al descubierto complejos
emocionales. Los Tránsitos de Plutón pueden aportarnos relaciones nuevas
o bien crear, en las que ya existen, tensiones destinadas a movilizar y
reactivar lo que está sepultado en nuestro interior. De nuevo podemos
dirigirnos al mito para ampliar y profundizar lo que sabemos sobre los
efectos de Plutón en esta esfera de la vida.
En
primavera encontramos a la doncella Core jugando en un campo con otras
diosas virgenes, feliz y contenta en el abrazo protector de su madre,
Deméter, la diosa de la Tierra. Core es joven e inexperta, y vive en paz
en el mundo superior, sobre la Tierra, en el nivel superficial de la
vida, pero Afrodita, la diosa del amor sensual, al mirarla desde el
Olimpo, la encuentra increiblemente ingenua e inocente. En su condición
de compensadora de desequilibrios, Afrodita decide dar una lección a
Core, y ordena a Eros que hiera a Plutón (que está en las inmediaciones)
con una flecha de amor. Sin darse cuenta de que es una flor
asociada con el mundo subterráneo, Core corta un narciso. La Tierra se
abre y de ella emerge Plutón, en su carroza negra tirada por cuatro
caballos que exhalan fuego. Plutón secuestra a Core, se la lleva al
submundo, y allí la viola. En un abrir y cerrar de ojos, Core se ha
visto arrebatada de la pradera primaveral de un mundo alegre y soleado y
se halla ahora en un lugar oscuro y desconocido, un sitio de pasión,
sexualidad y emociones intensas. Tras esto, el nombre de Core pasa a ser
Perséfone, que significa "la que ama la oscuridad". Iniciada por Plutón
en la condición de mujer, ya no es una doncella. Simbólicamente al
menos, se ha liberado de la dominación de su madre, y es ahora una mujer
por derecho propio. Deméter, angustiada por la pérdida de su única
hija, se hunde en una profunda depresión y prohibe que los cereales
crezcan y que los árboles fructifican. Durante siete años el mundo
entero es frío y árido, y la humanidad se muere de hambre. Finalmente
los dioses, preocupados al ver que no quedará nadie que les rinde culto,
interceden y consiguen que Perséfone pueda reunirse con su madre. Como
Perséfone ha probado las granadas del mundo subterráneo (una manera
simbólica de decir que su sangre se ha derramado y ella ha perdido su
virginidad), se le permite volver al mundo terrestre sólo durante seis
meses al año. Los meses restantes debe pasarlos con su marido, Plutón,
en su papel de reina de los infiernos. A los griegos este mito les
servía de explicación de cómo llegaron a existir las estaciones. Antes
del rapto de Core, la primavera y el verano eran eternos: pero ahora,
cada vez que Perséfone tiene que separarse de su madre para volver al
mundo subterráneo, Demeter hace su duelo: los árboles pierden las hojas,
las cosechas se acaban y llega el invierno. El mito hace referencia a
un pasaje, a un rito de iniciación: el adolescente debe salir del útero
de la familia o de los antepasados para así llegar a ser una persona por
derecho propio. Pero no importa la edad que tengamos: el mito también
expresa lo que sucede cuando nos entregamos a una relación de apasionada
intimidad. Como Core, por mediación del amor nos vemos hundidos en el
mundo subterráneo, donde nos enfrentamos con nuestros ocultos complejos
emocionales. La intimidad deja al descubierto el secreto mundo interior
del bebé que sigue vivito y coleando en nuestro inconsciente: un mundo
de pasión, rabia, envidia, codicia, lujuria y celos. Quizás en un
momento dado nuestra pareja no puede darnos precisamente la que queremos
o necesitamos, y ahí resurge, en nuestro interior, el niño celoso,
temeroso del abandono y de la muerte. Hay veces en que sentimos que
seriamos capaces a matar a nuestros seres amados, y otras en que
queremos destruir o arruinar una relación porque no aceptamos el poder
que tiene el otro para hacernos sentirnos tristes o felices, realizados o
insatisfechos. La intimidad remueve en nosotros todas estas emociones.
¡Y nos habían dicho que el amor proporcionaba un estado de ánimo
jubiloso! Finalmente Perséfone llega a ser señora de dos mundos. Se
siente cómoda en el mundo de arriba, viviendo en el nivel superficial de
la vida. Es capaz de ser ligera, natural, alegre e inocente, y de
hablar de menudas trivialidades. Pero también está familiarizada con el
submundo: ha conectado con las emociones más oscuras, que viven debajo
del umbral de la consciencia. Bajo la influencia de un Tránsito
importante de Plutón, nosotros también podemos tener la experiencia de
Perséfone, también podemos enfrentarnos con el mundo subterráneo de
nuestras propias emociones destructivas mediante el catalizador de un
relación intima. Como el caso de Perséfone, una vez violado por Plutón
nuestro sentimiento de quiénes somos, descubrimos más cosas sobre
nosotros mismos y sobre lo que está al acecho en nuestras profundidades.
Y como perséfone, podemos volver a nacer como una persona nueva y más
entera.
Plutón, el que equilibra
En
el mito de Perséfone, Afrodita se vale de Plutón para alcanzar sus
objectivos: iniciar a Core, la doncella ingenua e inocente, en otro
aspecto de la vida. En este sentido, Plutón actúa como un principio de
equilibrio; allí por donde este planeta transita en el mapa es donde se
nos muestra otra dimensión de nosotros mismos, un lado que hemos negado o
del que no hemos hecho caso. Si estamos excesivamente identificados con
el principio "masculino" o Animus (autoafirmación, poder y logros
externos), un Tránsito de Plutón puede despojarnos de nuestro poder y de
nuestro empuje para ponernos más en contacto con el lado más "femenino"
de la vida, con el Anima, esto es, el ámbito del alma, de los
sentimientos y de las relaciones. Si estamos manifiestamente
identificados con el Anima y derivamos nuestra identidad principalmente
de lo que la otra persona necesita o quiere que seamos, entonces Plutón
puede privarnos de esa relación para que nos seamos obligados a
descubrir quiénes somos por derecho propio. Si en algún sentido hemos
pasados por un proceso de envanecimiento y nos sentimos dioses o seres
sobrehumanos, los Tránsitos de Plutón nos devolverán a nuestro tamaño
natural. Si nos hemos "tragados enteros" los valores de nuestra cultura y
de nuestra sociedad, Plutón nos pondrá frente a opciones y tentaciones
que nos aparten de la norma y -para nuestro escándalo y sorpresa- nos
hará ver otros aspectos de nuestra naturaleza y otras maneras de vivir
que son radicalmente diferentes de los que nos inculcaron nuestros
padres o la sociedad. Plutón es también el vengador de la ley natural.
Toda cosa viviente tiene su lugar y sus limites: si nos aventuramos
mucho más allá de esos limites, un Tránsito importante de Plutón
desatará sobre nosotros a las Furias, quizá bajo la forma de una
enfermedad, y entonces el dolor y el sufrimiento serán los mensajeros
que nos informan que algo se ha desencaminado, que en algún sentido nos
hemos desequilibrado. Si no hemos hecho caso de ninguna de sus
advertencias anteriores, Plutón se valdrá del cuerpo para obligarnos a
escuchar. La enfermedad puede ser el único camino que le quede abierto
para someternos y cambiarnos. La enfermedad hace subir a la superficie
las toxinas y los venenos ocultos, de modo que pueden ser eliminados y
el cuerpo se purifique. En algunos casos, este tipo de enfermedades
purificadoras pueden facilitar la regeneración psicológica de complejos y
trastornos emocionales que se arrastran desde hace largo tiempo.
La Diosa Oscura
Perséfone
no es más que una de las muchas figuras míticas que se han transformado
mediante un viaje por el mundo subterráneo. Supuestamente el mito más
antiguo del que se tenga noticia (registrado en tabillas de arcilla en
el tercer milenio antes de Cristo), también la leyenda sumeria del
descenso de Inanna ilustra el tipo de cambios que se asocian con Plutón
cuando este planeta transita por puntos importantes del mapa. Inanna,
una primera forma de Ishtar, es una diosa de los cielos: es radiante y
vivaz, sensual y alegre, y su vida se desenvuelve con relativa fluidez.
Pero tiene una hermana perversa, Ereshkigal, que vive en los infiernos, y
cuyo nombre significa literalmente "la señora del gran lugar de abajo".
La mitología griega es comparativamente tardía, y antes de los griegos
el mundo subterráneo estaba regido por una diosa, no por un dios. En
este sentido, Ereshkigal es una forma anterior de Plutón. Cuando se
inicia el relato, el marido de Ereshkigal acaba de morir, Inanna se
siente obligada a viajar a los dominios de Ereshkigal para acudir al
funeral. Tiene que descender a un lugar que realmente no le gusta, a una
región con la que no está familiarizada, a un reino que no es el suyo.
Cuando Inanna llega al primer portal del infierno, Ereshkigal la saluda
con la fijeza implacable de una mirada sombría y venenosa:
-¿Cómo te atreves a penetrar en mi reino? Aunque seas mi hermana, te
someteré al mismo tratamiento que reciben todas las almas cuando entran
en el submundo.
Ereshkigal
está de humor de perros, y cuando se siente así hace sufrir a todo el
mundo. No se detiene a considerar que Inanna ha venido a estar con ella
en el funeral de su marido. A Eureshkigal no le preocupa ser razonable
ni justa; ella representa la primera furia global del bebé: cuando se
encoloriza o se siente desdichada, todo está mal y no hay nada que sea
bueno. Siete entradas o portales conducen a las profundidades del mundo
subterráneo. Ereshkigal ordena a Inanna que las atraviese, y en cada
portal la reina del cielo debe despojarse de algo -de sus ornamientos,
de su ropa, de sus joyas- hasta que llega completamente desnuda a lo más
profundo del infierno. Entonces le ordena que se incline ante
Ereshkigal, que reverencie la misma fuerza que la ha despojado de todo. Los
Tránsitos de Plutón pueden ser similares a un encuentro con Ereshkigal.
Quizá tengamos que renunciar a las cosas que han contribuido a
establecer nuestro sentimiento de identidad. Relaciones, trabajos,
sistema de creencias, posesiones u otras formas de apego pueden sernos
arrebatados, o bien perder validez y atractivo a nuestros ojos. y sin
embargo, en el mito, Inanna se ve obligada a inclinarse ante Eurehkigal,
a honrar -como se honraría a una deidad- a la misma fuerza que la ha
despojado del todo. Ereshkigal es una diosa, una diosa oscura, pero una
diosa. Es una divinidad por mediación de la cual actúa una ley superior,
y en última instancia debe ser saludada como parte de la vida. Vernos
despojados de nuestra identidad y de nuestros apegos no es agradable:
sabe más bien a maldición que a la obra de una divinidad. Por difícil
que puede ser comprenderlo, Ereshkigal (como Plutón) sirve a un
propósito superior. Sin embargo, la naturaleza de tal propósito no
siempre se ve inmediatamente con total claridad. La verdad es que en el
caso de Inanna la situación empeora en lugar de mejorar. Como si no
fuera ya bastante castigo haber despojado totalmente a Inanna para
obligarla después a inclinarse ante ella, Ershkigal la mata y la cuelga
de un gancho de carnicero para que se pudra. A la antes feliz, hermosa y
próspera diosa del cielo la dejan colgada en el mundo subterráneo como
un trozo de carne muerta, abandonada a la putrefacción. Eso es lo que le
hace Ereshkigal, y ésta es la sensación que puede dar un Tránsito
difícil de Plutón, él puede desterrarnos a un lugar en donde nos
sintamos corrompidos y desdichados, un lugar feo, desagradable,
deprimente, solitario y abandonado. Estos sentimientos han existido
siempre en nosotros, ocultos en los más recóndito de nosotros mismos,
resabios de traumas infantiles o de experiencias de vidas pasadas. Quizá
siempre hayamos conseguido defendernos con éxito contra tales estados
emocionales, pero ya encontrará Plutón/Ereshkigal la manera de
enfrentarnos con ellos.
Entretanto
Ereshkigal (que acaba de perder a su marido y de matar a su hermana y
se siente desgarrada por el dolor y la rabia) está además embarazada y
se enfrenta a un parto difícil. Tampoco se siente muy feliz en su papel
de diosa del mundo subterráneo. De pequeña la raptaron, la violaron y
como castigo la desterraron a los infiernos, y sigue estando furiosa por
aquella injusticia. Ereshkigal no sólo representa la muerte y la
decadencia, sino que simboliza también los agraviados instintos del bebé
colérico, herido y frustrado que muchos seguimos llevando dentro, por
más que intentemos esconder estos sentimientos de los ojos de los demás.
Muerta Inanna, y mientras la vengativa Ereshkigal se abate sobre sus
dolores de parto llegamos al punto más bajo del relato, en el cual,
aunque algo haya muerto, algo nuevo está naciendo. Una muerte exige un
nacimiento y un nacimiento exige una muerte. Antes de iniciar su viaje a
los infiernos, Inanna había tenido la previsión de encargar a su
sirvienta Ninshubar que acudiera a su rescate si a los tres días no
había regresado del oscuro reino de su hermana: sabia que no debía
quedarse allí atascada. Inanna está dispuesta a descender a las
tinieblas, pero toma sus precauciones para asegurarse de que podrá
regresar. Cuando pasan los tres días sin que Inanna haya vuelto,
Ninshubar pide desesperadamente socorro. Va al padre y al abuelo paterno
de Inanna para rogarles que hagan todo lo posible por rescatarla, pero
los dos le responden que no pueden hacer nada por modificar los decretos
de Ereshkigal. Nos encontramos aquí con dos figuras, masculinas y
fuertes, que no tienen poder alguno sobre Ereshkigal, lo cual significa
un énfasis "masculino" de la fuerza que subyuga (que por naturaleza
intentaría superar a un oponente, suprimiéndole o luchando con él) no es
lo que se necesita para negociar con Ereshkigal. Adoptar actitudes
heroicas con ella no sirve de nada. Si intentamos combatir con ella, lo
que hará será vengarse con más cólera y más ferocidad que antes.
Finalmente
Ninshubar acude a un dios llamado Enki, el abuela materno de Inanna,
conocido como el dios del agua y de la sabiduría; flexible y
comprensivo, Enki entiende las leyes de los infiernos. En algunas
versiones del mito se lo presenta como bisexual, macho y hembra a la
vez, capaz de ser dura, pero también flexible y adaptable. Enki accede a
hacer todo lo posible por rescatar a Inanna. Con la tierra que saca de
debajo de las uñas modela dos figuritas, las "Plañideras", unas
minúsculas creaturas andróginas, tan insignificantes que pasan
inadvertidas. Tras haberles susurrado algún consejo, Enki las envía al
averno para rescatar a Inanna. Parece increíble que esas figurillas
insignificantes sean capaces de negociar con la poderosa Ereshkigal,
pero su pequeñez les permite infiltrarse, inadvertidas, en el mundo
subterráneo. Como los secuaces de Ereshkigal no las descubren, no se ven
sometidas a la prueba de desnudarse como le pasó a Inanna.
Silenciosamente, las diminutas Plañideras se aproximan a Ereshkigal y a
Inanna. Por más que hayan ido allí a rescatarla, no hacen el menor caso
de Inanna y se concentran primero en Ereshkigal. En vez de increparla
por haber dado muerte a Inanna, empiezan a compadecerse de la propia
Ereshkigal, a simpatizar con la diosa de las tinieblas. Atormentada por
los dolores, Ereshkigal se queja de su destino:
- ¡Desdichada de mi, pobres mis entrañas! - gime, y las Plañideras se compadecen de ella:
- Si, oh tú que suspiras, tú eres nuestra reina. ¡Desdichadas tus entrañas!
Después, puesto que le enferma ser la diosa de los infiernos, Ereshkigal clama:
- ¡Desdicha de mi, desdichado mi entorno!
- Si, oh tú la que clamas, tú eres nuestra reina -le responden- ¡Desdichado tu entorno!
De
acuerdo con los principios, tan actuales, de la terapia rogeriana, las
Plañideras devuelven a Ereshkigal, como un espejo, la imagen de lo que
siente. Al hacerlo, consiguen que sus quejas y gemidos se conviertan en
una especie de plegaria o letania. Enki ha enseñado a las Plañideras a
afirmar la fuerza vital, por más que ésta se revele a través del dolor y
del sufrimiento. Hasta la negatividad y en las tinieblas hay algo a lo
que se puede redimir. Ereshkigal se queda atónita. Es la primera
vez que alguien le rinde homenaje de esa manera. La mayoría de las
personas se pasan la vida intentando olvidar el dolor, la oscuridad,
todo lo que Ereshkigal representa. Pero las Plañideras la han aceptado,
le han concedido generosamente el derecho de gemir y de quejarse. Lo que
de hecho están diciéndole es:
- Tienes derecho a ser como eres. Puede seguir quejándote todo lo que quieras; nosotras seguimos aceptándote.
Agradecida
por ese reconocimiento, Ereshkigal quiere recompensar a las Plañideras y
les ofrece cualquier don que le pidan. Cuando le solicitan el retorno
de Inanna, Ereshkigal accede, infunde nueva vida a su hermana, y la
reina de los cielos, revivida, queda en libertad de regresar al mundo de
lo cotidiano. Con frecuencia los Tránsitos de Plutón simbolizan
un enfrentamiento con Ereshkigal, una época en que tenemos que
"descender al pozo" para enfrentarnos con todo lo que hay de doloroso,
aborrecible o feo en nosotros mismos. Los Tránsitos de Plutón pueden
traernos una profunda desesperación; todo es terrible, la vida no ofrece
esperanza alguna. Quizás aquellos a quienes creíamos importarles nos
han abandonado, los ideales nos parecen vacíos y muertos.Lo que antes
daba sentido y sustancia a la vida ya no significa nada. Pero el mito
nos enseña la forma de afrontar estos estados. Las Plañideras de Enki
son la clave, la manera de reaccionar que puede ayudarnos a salir de las
tinieblas del submundo cuando nos encontramos allí atascados. De la
misma manera que las Pleñideras de Enki aceptan a Ereshkigal, también
nosotros podemos aprender a aceptar la depresión, la oscuridad, la
muerte y la decadencia como parte de la vida, como parte de la gran
ronda de la naturaleza. Es necesario que estemos dispuestos a
adentrarnos en nuestra depresión y en nuestro dolor, a explorarlos, a
sentirlos y a esperar que se vayan. Necesitamos tener permiso para
sufrir, llorar y enojarnos por lo que hemos perdido, no sólo por las
personas y las cosas, sino también por las fases de nuestra vida que
hemos dejado atrás y por los ideales que ya nos sirven. La aceptación es
lo que permite que funcione la magia sanadora. Sólo cuando honremos y
reverenciemos a Ereshkigal como la deidad que es por derecho propio,
como lo es Inanna, sólo entonces podremos volver a nuestro mundo. Ésta
es la lección que nos enseña Enki, es su forma de ayudarnos a pasar los
Tránsitos difíciles de Plutón y de hacernos volver de los infiernos a
una vida y una esperanza nuevas. El cuento terminó con un giro
interesante. Existe la norma de que si a uno lo liberan del infierno,
tiene que encontrar a alguien que ocupe su lugar. Cuando Inanna vuelve a
su mundo, busca a su consorte Tammuz, que no la ayudó mientras ella
estaba allá abajo, y le dice:
- Ahora es tu turno, debes reemplazarme en el reino de Ereshkigal.
Si
un componente de una sistema cambia, todo el sistema tendrá que
modificarse para poder seguir funcionando de la forma apropiada. Si en
una relación una persona pasa por un cambio psicológico importante, a
menos que la otra también cambie, la relación corre el peligro de
desintegrarse por completo. A Inanna la despojaron de todo lo que había
dado su identidad y la dieron por muerta, pero ella volvió a levantarse,
renovada. La única forma en que podemos descubrir si somos capaces de
sobrevivir a la muerte de nuestro propio yo es pasar por la muerte de
nuestro propio yo. Cuando nos despojan de todo aquello que creíamos ser,
descubrimos una parte de nosotros que sigue estando ahí: ese aspecto de
nuestro ser que es eterno e indestructible. Cuando nos despojan de
aquello que considerábamos nuestra base y nuestro apoyo, encontramos lo
que realmente nos da sostén y apoyo. Tal es el don de Plutón, el don de
Ereshkigal.
Plutón y las luchas de poder
Allí por
donde transita en el mapa, nuestra identidad está en peligro de ser
destruida por mediación de los asuntos de esa Casa o del principio
simbolizado por el planeta con que Plutón esté en aspecto por Tránsito.
El yo, cuyo principal deseo es mantenerse, intenta resistirse a la
destrucción procurando ejercitar su poder y su control en ese dominio de
la vida. Por ejemplo, si Plutón transita por la 7, es probable que
tengamos miedo de que nuestra pareja haga algo que para nosotros sea
demasiado difícil de manejar y que de alguna manera ponga en peligro la
relación, por eso, en un intento de mantener a raya las dificultades,
intentamos controlar a la otra persona o a la relación como tal.
Abrigamos la esperanza de que al dominar o manipular al otro (con
frecuencia, valiéndose de la culpa) podamos evitar el desastre. Pero en
última instancia, eso no funciona. Nos gusta o no, Plutón encontrará la
manera de obligarnos a cambiar en ese ámbito de la vida, lo cual no
significa necesariamente el fin de la relación, pero es probable que
tengamos que alterarla en alguna medida, o que nos vemos obligados a
encarar algunos de nuestros peores miedos en ese dominio de la vida. Como
regla general, las luchas de poder son comunes en cualquier Casa por
donde transite Plutón, o en relación con cualquier planeta con que éste
forme un aspecto por Tránsito. Estos conflictos pueden estar motivados
no solamente por el deseo de autopreservación del yo (como antes
explicamos), sino también por una necesidad, de parte nuestra, de
fortalecer, afirmar y definir más muestra identidad enfrentándonos con
otra persona o con un grupo que adopta una posición diferente de la
nuestra. Por consiguiente, si Plutón está por la 3, o forma aspecto con
Mercurio, son probables las peleas con hermanos y vecinos. Si transita
por la 10 o está en aspecto con Saturno, las luchas de poder pueden
darse con figuras de autoridad como el gobierno, un jefe o los padres.
Una visión general de los Tránsitos de Plutón
Incluso
cuando el aspecto que forma Plutón en Transito es un Trigono o un
Sextil, es posible que no nos lo pasemos bien. Estos Tránsitos pueden
conmocionarnos tanto como los que generan los aspectos tensionados. En
términos generales, sin embargo, con los aspectos fluidos es probable
que estamos más en contacto con la parte de nosotros que reclama un
cambio o un renacimiento y, por consiguiente, que ofrezcamos menos
resistencia a lo que tiene que ocurrir. Debido a la lentitud de su
movimiento y de sus retrograciones periódicas, cualquier Tránsito durará
entre dos o tres años, y a veces más. Las personas sensibles pueden
percibir sus reverbaciones desde que Plutón está a unos cuatro o cinco
grados del aspecto exacto. A medida que Plutón se acerca, se va montando
la escena para los cambios o avances necesarios. Después del aspecto
exacto, el planeta volverá a cambiar de dirección, y el movimiento
retrógrado puede marcar una época en que el proceso iniciado se haga más
lento y nos sintamos de alguna manera atascados o inmovilizados.
Finalmente, cuando Plutón retoma el movimiento directo y forma por
tercera vez el aspecto, el proceso avanza hacia alguna forma de
resolución. Por regla general, los Tránsitos de Plutón suelen mostrar
dos etapas diferentes: en la primera mitad se las arregla de alguna
manera para pulverizarnos, y la segunda es la fase de reconstrucción. O
también podríamos decir que la primera mitad es el descenso al reino de
Ereshkigal, y la segunda representa el retorno desde aquel lugar,
enriquecidos y renovados -eso esperamos- como resultado de lo que nos ha
aportado la experiencia. Los Tránsitos plutonianos nos enfrentan con la
necesidad de terminar con lo viejo, de superar capítulos de la vida.
Ellos nos dicen que "demos paso" y, si no queremos, a menudo nos vemos
obligados a dar paso mediante el sufrimiento. Estos Tránsitos franquean
recursos y energías interiores previamente ocultos u olvidados,
eliminando viejas formas en la superficie de la vida. Los Tránsitos
plutonianos no sólo sumergen una parte nuestra o hacen que algo
desaparezca por completo, sino que también pueden hacer volver a
nuestra vida personas, sentimientos, actividades o aspectos de nuestra
naturaleza que habían estado largo tiempo ausentes. En otras palabras,
estos Tránsitos tienen el poder de arrancar la vieja cáscara a fin de
revelar la esencia del ser interior y de la espontánea creatividad, la
alegría y la libertad. Podrán ayudarnos a experimentar la clase de
energía y aptitudes espontáneas que sentíamos y activábamos cuando
éramos jóvenes, antes de quedar sepultados bajo el peso de pautas
culturales o bajo los vellos del karma. Después de un Tránsito
plutoniano, ya todo despejado, podremos experimentar nuevamente nuestra
naturaleza esencial y empezar a expresarla. Los Tránsitos plutonianos se
sienten, de hecho, a menudo, como un exorcismo o una forma de cirugía
(física, emocional, mental y espiritual) en la que alguna parte de
nosotros es quitada o cambiada radicalmente, tienen el poder de ponernos
en contacto con el poder seminal que está dentro de nosotros, con las
experiencias de vida en su forma más intensa, concentrada y rígida, y
con nuestra naturaleza esencial y nuestras posibilidades positivas en su
estado más puro. Y, mientras ocurre todo esto, al fin caen o se
rechazan los "viejos cascarones" de las pautas consuetudinarias
emocionales o mentales.
FUENTE :astrologiapsicologiaholistica***Los dioses dela sincronicidad
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