>>Nuestro destino, el centro y hogar de nuestro corazon ,esta en el infinito<<
Estas palabras, escritas por un poeta romántico encierran en si la
esencia de Neptuno: el deseo de trascender el sentimiento de ser un yo
aparte para fundirse con algo más grande. Aunque con frecuencia hablemos
de "encontrarnos a nosotros mismos", es decir, de que cada cual
descubra su peculiar identidad y se defina en función de los atributos y
logros que él mismo ha escogido, Neptuno es lo opuesto: es el anhelo de
perdernos, de disolver o transcender las fronteras del yo aislado. Pero
para que podamos comprender plenamente qué significa o implica la idea
de trascender el yo, debemos recordar qué se entiende por yo o ego. Brevemente
definido, "ego" es el sentimiento que cada uno tiene de si mismo en
cuanto individuo aparte; dicho de otra manera, nuestro sentimiento de
ser un "yo". Que seamos un "yo" significa que podemos autodefinirnos;
somos esto, pero no aquello, terminamos en alguna parte y los demás
empiezan en alguna otra. Sin embargo, no nacemos con un un ego o un
sentimiento de "yo", y en la vida intrauterina no tenemos consciencia de
nosotros mismos como seres aparte: somos uno con nuestra madre, y para
nosotros ella es el mundo entero. Por lo tanto, creemos que nosotros
somos el mundo entero; creemos serlo todo, y experimentamos lo que Freud
llamaba un sentimiento "oceánico" de la realidad. Sin embargo, después
de nacer empezamos a diferenciarnos y a distinguirnos, no solamente de
nuestra madre sino también del medio. Al crecer nos damos cuenta de que
somos distintos, de que somos seres aparte de las otras personas y cosas
que nos rodean: esto soy yo y esto es el no-yo. Pero no sólo nos
distinguimos de las otras personas, sino que llegamos también a
identificarnos sólo con ciertas partes de nuestra personalidad y de
nuestra naturaleza, negando otras o prescidiéndonos de ellas. Dicho de
otro modo, además de la escisión yo/otros, se da también una división o
frontera entre nuestro yo (nuestro sentimiento de quiénes somos) y otras
facetas de nuestra naturaleza que no queremos reconocer como propias o
que ni siquiera sabemos que están ahí. Por ejemplo, podemos
identificarnos con aquella parte de nosotros que es bondadosa y
afectuosa, y negar o reprimir la que es negativa y destructiva. De tal
modo, la escisión yo/no-yo significa no sólo trazar una linea entre
nosotros y los demás, sino también dividir nuestra propia totalidad en
dos partes: aquello de lo que somos conscientes y con lo que estamos
dispuestos a identificarnos porque admitimos que nos pertenece, y
aquello de lo que no somos conscientes o que no estamos dispuestos a
admitir como parte nuestra. Neptuno es un "disolvente de fronteras" , en
sus Tránsitos, difumina o disuelve la frontera entre nosotros y los
demás. Neptuno en Tránsito formando aspecto con el Sol natal, por
ejemplo, puede señalar un momento en que nos "perdemos" en otra persona,
o que tenemos vivencias de nuestra unidad con la totalidad de la vida.
Pero Neptuno demuele también la frontera interna entre consciente y
inconsciente, sumergiendo o anegando nuestra identidad consciente en
contenidos provenientes del inconsciente. Si nos hemos identificado
principalmente como seres fuertes, capaces y seguros de nosotros mismos,
es probable que durante un Tránsito de Neptuno en aspecto con nuestro
Sol natal descubramos en nuestra naturaleza una vertiente de confusión,
debilidad o desvalimiento. Neptuno es como un disolvente que diluye la
fuerza de una energía hasta
entonces concentrada, ya sea que se trate de una carrera o de una
relación cuidadosamente estructurada, o bien de una convicción o de una
actitud hacia nosotros o hacia el mundo tenazmente mantenida.
LA UNIDAD Y LA SEPARACION
El
efecto disolvente que tiene sobre las fronteras un Tránsito de Neptuno
puede intensificar nuestra consciencia de la unidad de todas las formas
de vida y aumentar nuestra capacidad de empatía y nuestro sentimiento de
estar conectados con todo lo que existe. No es fácil captar la idea de
la unidad esencial de toda vida, y es más difícil aún
para los que, en la sociedad occidental, hemos
sido concienzudamente educados en la creencia de que "yo" termino en un
lugar y "tú" comienzas en otro. Sin embargo, los místicos,
tanto de Oriente como en Occidente, han hablado siempre de otra
dimensión de la realidad, en cada nada existe aisladamente. Los budistas
tienen un dicho, "Todo en uno y uno en Todo", una idea de lo que hace
eco con " Todo lo que el hombre tiene aquí externamente en la
multiplicidad es intrínsecamente Uno".
Aunque en la superficie "yo" puede pueda parecer diferente de "tú", y
una mesa no sea lo mismo que una silla, en nuestros niveles más
profundos todos compartimos la misma cualidad básica: somos Seres o
Entidades. Neptuno simboliza la necesidad de disolver un
sentimiento rígido de individualidad y separación para redescubrir la
unidad subyacente en toda vida y reconectarnos con ella. Neptuno
representa aquella parte de nosotros que, en el corazón mismo de nuestro
ser, está ávida de disolver las divisiones que nos impiden tener la
vivencia de nuestra unidad esencial con el resto de la vida. Para poder
hacerlo tenemos que renunciar hasta cierto punto a nuestro ego, es
decir, a nuestro sentimiento de ser un "yo" aparte. En sus Tránsitos,
Neptuno puede aportarnos el tipo de vivencias espirituales o
experiencias cumbre mediante las cuales llegamos a trascender
momentáneamente nuestra realidad normal de "yo-aquí-dentro" opuesta a
"tú-ahí-fuera",
y a tener atisbos de aquella parte de nosotros que es universal e
ilimitada. Cuando Neptuno está activo en nuestro mapa, estos súbitos
avances en la consciencia pueden producirse espontáneamente, en
cualquier parte y en cualquier momento, aunque con frecuencia van
asociados con ciertos sentimientos o actividades: momentos de serena
comunión con la naturaleza, escuchando música, meditando ya sea a solas o
en un grupo, y otros semejantes. El deseo de expansión y de crecimiento
espiritual está siempre dentro de nosotros, pero hay ciertos periodos
en la vida en los cuales se activa con más fuerza. Bajo la influencia de
los Tránsitos de Neptuno, la necesidad religiosa o puede ser
movilizada por una insatisfacción o una disconformidad creciente con
nuestra vida y nuestros logros actuales: quizás hayamos tenido un éxito
financiero o social admirable, y sin embargo nos descubrimos pensando:
"Bueno, ¿y qué? ¿Esto es todo?", Vacíos pese a haber conseguido cosas y
logros externos, quizá nos encontremos con que la atención se vuelve
hacia adentro y buscamos ahora el significado y la realización en el
mundo interior del espíritu.
LA PERDIDA DEL YO
La
disolución del yo no significa tener automáticamente una vivencia
estática de nuestra naturaleza infinita e ilimitada. Perder las
fronteras del ego puede dar en ocasiones la sensación de que uno se
reventara por las costuras; perdemos el control de aquello a lo que se
permite (o se niega) el acceso a la consciencia, y como resultado, es
probable que nuestra identidad presente sea invadida por partes de
nosotros mismos que hasta ese momento habíamos conseguido mantener a
raya. La confusión respecto de quiénes somos en realidad nos lleva a no
saber ya lo que queremos en la vida. La nostalgia neptuniana por
retornar a un estado de bienaventuranza primaria puede conducir también
al escapismo, a tendencias suicidas y a la tentación de perder el yo en
las drogas, el alcohol o en cualquier circunstancia o persona que se nos
presente. La derrota del ego es una experiencia de abatimiento y de
humillación. Cuando Neptuno en Tránsito formas aspectos con nuestros
planetas natales, es frecuente que nos encontremos en situaciones que no
queremos estar, pero que no podemos hacer nada por remediarlo. Es
posible que nos enojemos con Dios por abrumarnos con tantos males, o que
recemos implorando su ayuda. Hay quien echa la culpa al gobierno de sus
problemas. Pero no importa que insultemos al gobierno o que nos
refugiemos en el Señor: con frecuencia los Tránsitos de Neptuno nos
obligan a reconocer que "ahí fuera" hay fuerzas mayores y más poderosas
que nosotros. Descubrimos que en realidad no es en modo alguno el yo
quien dirige el espectáculo, sino que a veces también él tiene que
inclinarse ante una voluntad superior. Es frecuente que los Tránsitos de
Neptuno nos pidan que sacrifiquemos aspectos de nuestra vida y de
nuestra identidad que han sido importantes para nosotros. Puede haber
personas o cosas que queremos desesperadamente, o que sentimos que
necesitamos, pero el Cosmos, el Hado o nuestro "ser superior" -depende
de cómo queramos llamarlo- no está dispuesto a concedernos lo que con
tanta urgencia deseamos. Aprender a renunciar es una lección neptuniana.
Bajo la influencia de ciertos Tránsitos de este planeta, podemos
encontrarnos con que el mundo se nos desmorona. El suelo desaparece bajo
nuestros pies, y las estructuras y los apuntalamientos que dábamos por
seguro se desploman. Nos sentimos impotentes y a merced de la vida.
Mientras esto sucede, es difícil imaginar que de la disolución que
experimentamos puede salir nada positivo. La sensación es más bien la de
una maldición que la de una fuerza superior que esté actuando en favor
nuestro o favoreciendo nuestro crecimiento. Queremos aferrarnos a lo que
se va, atrasar el reloj y mantener las cosas como estaban, pero por más
que nos esforcemos, nuestros intentos de conseguirlo siempre fallan.
Sólo cuando finalmente renunciamos y nos relajamos, creamos la
posibilidad de que llegue algo que nos ayude a superar
nuestras dificultades y a dar el paso siguiente para entrar en una nueva
fase de la vida. Orfeo, el héroe griego, tuvo que aprender esta
lección, y la historia de su amor por Euridice es un ejemplo de lo que
puede suceder cuando Neptuno está transitando por nuestro mapa natal.
LA AFLICCION DE ORFEO
Orfeo
es un héroe neptuniano, músico y poeta, cuyas hermosas canciones hacen
que los arboles lloren y las rosas se derritan. Por obra de su música
eleva el ánimo de los hombres, expande su consciencia y los hace abrirse
a sentimientos y emociones de naturaleza universal o eterna. Su mito
nos habla del día de su boda, el día en que se casó con Euridice, la
mujer de sus sueños. Lo lógico seria que estuviese rebosante de alegría,
pero se ha producido un accidente: después de hacer los votos
nupciales, Euridice sale a pasear con una de sus amigas, tropieza con
una serpiente, recibe su picadura y muere. El júbilo se convierte de
pronto en tragedia. Quizá la gente que pasa por Tránsitos de Neptuno
reconozca esta clase de experiencia, en que lo prometedor y maravilloso
puede convertirse en un desastre, en tanto que lo que parecía espantoso
termina por resultar una bendición inesperada. Neptuno disuelve las
fronteras, y bajo su influencia hasta la distinción entre éxtasis y
dolor puede volverse incierta. Incapaz
de aceptar su trágica situación, Orfeo niega el carácter decisivo de su
amada y busca la forma de negociar su recuperación. Como la mayoría de
las personas a quienes un destino trágico conmueve, quiere retrasar el
reloj, hacer que las cosas vuelvan a ser como antes de la tragedia.
Mediante el ardid de cantar una canción que hace dormir a Cerbero (el
perro que guarda las puertas del infierno), consigue entrar en el
dominio de Plutón y Perséfone y rogarles que permitan a Euridice
regresar a nuestro mundo. Plutón y Perséfone son administradores
severos: generalmente, a nadie que muera y descienda al submundo se le
permite volver a salir. Pero Orfeo, con sus palabras y su música
conmovedora, argumenta de manera tan convincente que consigue que el rey
y la reina del mundo subterráneo flexibilicen su regla: un ejemplo más
de cómo la fuerza de Neptuno puede disolver la rigidez y la dureza.
Plutón y Perséfone permiten a Orfeo que se lleve a Euridice de vuelta a
la tierra de los vivos, pero con la advertencia de que no debe girarse y
mirarla durante el camino. Llevándola de la mano, Orfeo conduce a
Euridice fuera del mundo subterráneo, pero cuando están a punto de
salirse a la luz, ya no puede resistirse a la tentación de girarse y
mirarla; tan pronto como se vuelve a contemplar los ojos de su amada,
ella se disuelve en el aire, y con ella toda esperanza de felicidad. La
promesa de redención y renovación desaparece ante sus propios ojos, y la
esperanza de felicidad se esfuma trágicamente. ¿Qué fue lo que movió a
Orfeo a mirar atrás? Bien le habían advertido ya que no lo hiciera, y
estaba a punto de alcanzar el deseo de su corazón. Tal vez tuvo un
momento de desconfianza. "¿Y si me estuvieran engañando? ¿Y si quien
viene detrás de mi no fuera Euridice, sino alguien a quien han puesto en
su lugar?" Orfeo no confía; empieza a cuestionar y a analizar la
situación, y esto es lo que lo pone en dificultades. Es muy frecuente
que, bajo la influencia de los Tránsitos de Neptuno, sintamos una
especie de ansiedad, una fuerte inclinación a seguir cierto camino:
empezamos a ir en una dirección, pero después algo nos detiene e
interrumpimos el proceso. Quizá queremos estar absolutamente seguros de
hacia dónde nos llevará finalmente la dirección que escogimos, pero
Neptuno no ofrece esta clase de garantías; lo que nos pide es que nos
entreguemos sin saber qué recibimos a cambio. Orfeo vuelve a estar solo.
Su táctica de negociación le ha fallado y ya no puede seguir negando la
muerte de Euridice. Tras haber agotado todos los recursos con que
contaba para afrontar su muerte, no le queda más que aceptar la
inevitabilidad de lo sucedido. Ahora no tiene otra opción que hacer lo
que hasta ese momento no se ha permitido: el duelo por su esposa. Se ha
empeñado tanto en luchar contra la situación que todavía no se ha
entregado del todo a su tristeza y a su dolor. Para hacerlo se instala
en las proximidades de una orgía dionisíaca, que precisamente está
llegando al momento culminante. Aquí volvemos a encontrarnos con los dos
extremos de Neptuno: el arrobamiento y el éxtasis de los celebrantes
comparado con el profundo dolor de Orfeo. Los principiantes, al ver a
Orfeo allí sentado, tan deprimido, le imploran que se una a los
festejos. Con frecuencia hacemos lo mismo cuando nuestros amigos están
deprimidos, instándolos a que salgan del estado en que se encuentran,
invitándolos a que vengan a tal o cual fiesta, a que conozcan gente
nueva y cosas así. "Te hará bien -les decimos- te ayudará a salir de ti
mismo." Verlos tan desdichados hace que nos sintamos incómodos, en parte
porque nos recuerda el dolor que sentimos por las cosas que hemos
perdido en la vida. Pero Orfeo se niega a unirse a la fiesta; él quiere
seguir donde está, no sólo física sino también psicológicamente. Los
celebrantes se encolerizan: ellos están tratando de pasarlo bien, y
seguramente no quieren escuchar lamentaciones, ni que les recuerden
todos los sufrimientos del mundo, de manera que deciden matarlo. Uno
tras otro van arrojándole sus lanzas, pero las canciones y los lamentos
que entona Orfeo son tan conmovedores que las jabalinas se detienen
antes de haber llegado a herirlo. Finalmente, los del grupo se dan
cuenta de que si vociferan tan alto como les sea posible, las jabalinas
no podrían oír la música y no quedarán detenidas en el camino. Cuando
así lo hacen, las armas aciertan en el blanco y Orfeo muere. "¡Pobre
Orfeo, qué destino tan trágico!" es lo primero que pensamos. Pero lo que
en este caso parece un destino terrible es en realidad todo lo
contrario. Su muerte significa que se reunirá en el otro mundo con su
perdida Euridice. Podrán vagabundear tomados de la mano por las praderas
del Hades, y mirarse a los ojos todo lo que quieran. La muerte
sacrificial de Orfeo, que al principio parece una tragedia más en su
vida, termina por ser una bendición enmascarada. El éxtasis se convierte
en dolor, pero el dolor se convierte en éxtasis. Bajo la influencia de
Neptuno, estos recíprocos ocultamientos confunden la seguridad de
nuestros juicios. La muerte de Orfeo se puede tomar literalmente, pero
también entenderla como símbolo de un cambio de personalidad importante.
Su lucha por recuperar a Euridice no le lleva a ninguna parte, pero en
cambio la resignación y la aceptación de la pérdida, aun no siendo lo
que quería, producen una transformación que le permite hallar la paz y
la reconciliación. En el proceso, Orfeo aprendió una de las lecciones
que nos enseñan los Tránsitos de Neptuno: a veces, la solución de un
problema sólo se puede hallar si renunciamos a encontrarla respuesta. De
la misma manera, hay veces en el que el yo agota sus recursos y nuestra
manera habitual de afrontar los problemas no nos funciona. Pero sólo
entonces se crea una situación tal que nos permite descubrir nuevas
maneras de resolver nuestras dificultades o de reconciliarnos con
ellas... maneras que jamás se nos había ocurrido si no nos hubieran
fallado nuestras tácticas habituales. He aquí lo que decía Jung de esos
momentos que se nos dan en la vida: <>. Sólo
cuando al ego ya no le queda poder -cuando nos falla nuestra manera
normal de mejorar las cosas- puede aparecer algo más que nos redima.
Bajo la influencia de un Tránsito de Neptuno, es probable que tengamos
que permanecer algún tiempo atascados en una situación desagradable
hasta que aparezca una solución o una respuesta. Las antiguas tretas no
nos funcionan, y lo único que nos queda es esperar.
LOS RITOS DE DIONISOS
A Neptuno en Tránsito se le puede sentir como "Dionisos", el dios griego del vino y de la poesía,
solía reunir a sus fieles para embriagarlos. Los efectos perturbadores y
relajantes del vino hacían que les fuera fácil abandonarse, dejarse
llevar por sentimientos de rapto, de éxtasis, que les permitían liberarse
de las limitaciones y de las reglas que se les imponían como parámetros
cuando estaban sobrios. No se detenían a pensar si tenían el
coche mal aparcado o si debían volver a casa a tiempo para preparar la
cena. Neptuno, el que disuelve los limites, afloja por tanto las
restricciones que nos imponemos y permite que lleguen a la consciencia
partes o aspectos de la psique que hasta ese momento hemos mantenido
sepultados. En este sentido, Neptuno es la antítesis de Saturno, porque
desintegra las fronteras que este último establece. Las personas que
tienen en su mapa una fuerte influencia de
Saturno o de Capricornio suelen ser las que más temen a Neptuno: no les
gusta renunciar a lo conocido, seguro y establecido, y tienen miedo de
que, si se relajan, ya ni serán capaces de volver a organizarse como
antes.
Penteo,
racional y conservador rey de Tebas que por encima de todas las cosas
quería mantener la ley y el orden en su dominio, no podía creer que
Dionisos fuera un dios. Lo veía como un salvaje vestido con pieles de
animales y perseguido por un grupo de mujeres delirantes que no tenia
mucho que ver con la imagen de la divinidad. Bajo los
Tránsitos difíciles de Neptuno podemos encontrarnos con que el mundo se
nos viene abajo: las estructuras de sostén y los apoyos en que
confiábamos como base de nuestro sentimiento de nosotros mismos se nos
escapan. Y, como a Penteo, puede ser que nos resulte difícil reconocer
que esta forma de disolución esté al servicio de los objetivos de
nuestro Ser nuclear y más profundo, o que, en última instancia, actúe
favoreciendo nuestra evolución. Se la percibe más bien como una
maldición que como algo positivo. El
propio Dionisos fue descuartizado por los Titanes, la raza a la
que pertenecía Saturno. En una versión de la historia, su hermana Atenea
rescata el corazón de Dionisos y se lo entrega a Zeus. Éste se traga el
corazón, se une a la mortal Sémele y Dionisos vuelve a nacer. (Es
interesante que en esta versión del mito la diosa de
la sabiduría racional, Atenea -por contraposición con
la sabiduría dionisiaca, arrebatada y jubilosa-, sea hermana de
Dionisos, lo cual sugiere que entre ellos hay un vinculo profundo, que
se complementan). Como Dionisos, el dos veces nacido, también nosotros
morimos y renacemos muchas veces en la vida. Bajo la influencia de los
Tránsitos difíciles de Neptuno también nosotros podemos hacernos pedazos
y perder las cosas que nos dan un sentimiento de identidad, y sin
embargo nuestro corazón -nuestra esencia- perdura. Y tanto que nuestra
esencia perdure, podemos renacer. Desmembrarnos. hacernos pedazos,
quiere decir morir tal como nos conocemos, pero también nos ofrece la
posibilidad de volver, nosotros mismos, a recomponernos de una manera
nueva. Los Tránsitos neptunianos armonizan invariablemente a una persona
con un reino de lo intangible. Aunque a menudo se siente como periodos
confusos de incertidumbre general, también puede experimentarse como
épocas de inspiración o incluso de iniciación a través de la depuración y
la espiritualización de nuestra personalidad del modo indicado. Estos
periodos son, potencialmente, épocas para aprender las lecciones más
sutiles de la vida y advertir que los factores intangibles e
inmateriales son más importantes y poderosos que los asuntos mundanos de
la vida cotidiana que la mayoría parece considerar como la realidad
última. A través de la vibración neptuniana que impregna nuestra
consciencia, podemos (ya sea voluntaria o involuntariamente) franqueamos
al reino de las posibilidades infinitas que pueden acuciar una
ampliación tremenda de la consciencia e incluso una armonización con los
niveles universales y cósmicos del ser. Los Tránsitos de Neptuno nos
dan una oportunidad para que depuremos nuestro entendimiento, nuestras
actitudes y nuestra conducta sobre la base de una percepción aguda de
las fuerzas intangibles en actividad. ¡Tendemos a confundirnos y a estar
en el aire en tales épocas si no nos armonizamos con un ideal!
FUENTE: astrologiapsicologiaholistica.**Los dioses de la sincronicidad
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